sábado, 4 de noviembre de 2017

Chorros de transeúntes




Hay rostros que cruzan la ciudad con un sueño encendido salvando esos chorros de transeúntes que la fecundan cada día…
Para muchas celebraciones y festivales en la ciudad ellos “actúan” como manantial humano.Detrás de sus zancadas emana un río de gente que va confluyendo y carenando en plazas y parques, aceras y balcones, postigos y ventanas atraídos por el espectáculo y el ritmo de conga y comparsa. Sonsacan a los transeúntes de este trozo de urbe adoquinada, sean turistas o nacionales, niños o adultos, estudiantes o trabajadores. Torrente humano penetrando a la ciudad.

Al sonido de tambores y corneta se les descubre de pronto, desde cualquier boca calle, ataviados con vestimentas fantásticas, tricornios, capotas, cascabeles, enseres musicales. Salir a la luz de cualquier festividad o sencillamente para animar con sus coloridas vestimentas las callejuelas de La Habana Vieja es su "fiesta innombrable". Pasacalles que realizan trenzando alegría y coreografía; música y cabriolas; teatro callejero y  juegos malabáricos; estatuas vivas armonizadas con performers que transitan alzados en zancos por encima de la cabeza de los caminantes, evocando historia y mito, tradiciones y cultura, todo en gesto delirante de poesía visual y performática. 
La visualidad de Gigantería marca un antes y un después para cada día que hacen su aparición. 

La trilogía silencio-jolgorio-sosiego presume leyenda siempre que salen a las calles para su presentación, luego del paso de estos muchachos acorazonados que entregan a la ciudad sus rostros y la vida entera en el afán por agasajarnos y alimentar la espiritualidad de una villa que habita entre la  memoria y el sortilegio, la costumbre y la novedad en una coyuntura vital apremiante.
A su ritmo La Habana Vieja se mueve cadenciosa, milagrosa y sempiterna, acogiendo de manera incesante  esos chorros de transeúntes que la habitan.

La ciudad despierta
                 es un laberinto
y    
chorros de transeúntes
invaden sus arterias
se adueñan de su luz
se abrazan a su sombra.

La ciudad despierta
albea el desafío
en la bruma me implico
bautizo al error
la duda
el tedio
el silencio lisonjero.

La incontinencia se me cuelga al hombro
en una esquina estalla el mendigo
con el mendrugo de soledad
           aferrado al socorro.

La ciudad despierta
y    
chorros de transeúntes
invaden sus arterias. 

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